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viernes, 19 de febrero de 2021

ESCUELA - SAGRA

La formación escolar es un mecanismo esencial para el correcto desarrollo de la sociedad. No obstante, el sistema educativo nunca ha sido una constante, varía en función de la época y sobre ella influyen una serie de variables: pensamiento, ideologías, etc. Los primeros sistemas educativos y más antiguos, tenían como característica común la enseñanza de la religión, los principios de la escritura, ciencias, matemática, arquitectura, así como las tradiciones de los pueblos. En algunas culturas también se valoraba la gimnasia y la música.

Colegio Público de Educación Infantil y Primaria Joanot Martorell

En 1910 se establecieron los sueldos de los maestros que enseñaban en poblaciones menores de 2.000 habitantes, fueran sobre las 1.000 pesetas anuales según escalafón. No obstante y según el decreto descrito, en atención a la mayor carestía de la vida en las grandes ciudades o poblaciones de 20.000 a 400.000 habitantes, los maestros/as solían disfrutar como indemnización de residencia las cantidades de 250 a 500 Ptas. anuales. Además, a los maestros/as les pagaba el Ayuntamiento o el Consejo Escolar si existía. Se decía la expresiva y triste frase: 

“Pasas más hambre que un maestro de escuela”.

En numerosos pueblos pequeños, su esfuerzo y dedicación se veía muchas veces recompensado con el agradecimiento de los padres de los alumnos/as, quienes, en determinadas fechas le ofrecían productos que cosechaban en sus huertos o criaban en sus casas. Cada uno le llevaba lo que tenía: huevos, aceite, frutas, etc. Los que carecían de ello, les compraban dulces, colonia, chocolate u otros artículos. Con estos regalos aliviaban en parte la miseria a que su salario les reducía.

A finales del siglo XIX principios del XX, el pueblo de Sagra tenía numerosas carencias, entre otras, carecía de un local escolar propio como escuela. Al efecto, el Ayuntamiento alquilaba casas donde ubicaban las aulas escolares, por lo que los niños y niñas tenían que ir a la escuela de un local a otro, locales que en su mayoría no gozaban de las condiciones idóneas para realizar dicha función.

Según reseña el libro de actas de los plenarios del Ayuntamiento de Sagra, el 15 de agosto de 1861, el grupo de gobierno alquiló la casa de Pedro Amorós, sita en la Plazuela con derecho a habitación para maestro por el precio de doscientos diez reales anuales. Y en 1866, según consta en el acta de la sesión plenaria del Ayuntamiento celebrada el 10 de junio, la comisión de gobierno acordó alquilar la casa de Bernardo García sita en la calle Moreral, para escuela con derecho a habitación por convenido precio de treinta escudos anuales, siempre que la dejase reparada y con una habitación decente, cocina, corral cubierto y lugar común. Igualmente, el 8 de noviembre de 1921, alquilaron la casa de Dª Carmen Mut, sita en la calle de En Medio nº 8, por la cantidad de 150 pesetas anuales.

Con la Dictadura de Primo de Ribera, en 1923/30 y posteriormente con la República, se acrecentaría el interés por la educación. Si bien, para la Segunda República, la educación constituyó uno de los grandes compromisos sociales de la democracia de la Segunda República. La Constitución republicana de 1931, no consagró un capítulo expresamente a ello, pero fue el texto que más extensamente se ocupó de los problemas de la educación, «Proclamaba la escuela única, la gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria, la libertad de cátedra y la laicidad de la enseñanza».

La labor del personal docente durante la II República fue encomiable, miles de maestros y maestras desarrollaron una extraordinaria labor en pueblos y ciudades. La educación republicana bebía de los ideales de la Institución Libre de Enseñanza “ILE” y por tanto en los principios de la Escuela Nueva: una enseñanza pública, obligatoria, gratuita, activa, laica, comprometida con el fin de las desigualdades sociales de género y lingüísticas.

Y aunque las autoridades republicanas no consiguieran todos sus objetivos, al menos lo intentaron el establecimiento de la escuela única, la planificación y ejecución de la construcción de escuelas y las experiencias de enseñanza mixta en la escuela primaria. Su labor durante todos esos años a la vanguardia de la cultura y los valores republicanos les supuso posteriormente un gran coste personal. Cientos fueron asesinados y decenas de miles fueron expedientados y/o apartados durante décadas de su profesión. Los más afortunados/as sufrieron el exilio.

En Sagra ejerció como maestra propietaria desde 1931 Dª Amelia Paulo Bondía. Personas longevas del pueblo describen, que durante los años que Dª Amelia estuvo de maestra en Sagra, estuvo hospedada en la venta o posada que estaba regentada por María Rosa Carrió Camps –hija Salvador Carrió Rovira, “El Zurdo”– y su marido José Estela Oliver, padres de Francisco Estela Carrió, más conocido en el pueblo como “Carlitos de la Venta”.



María Rosa Carrió Camps –hija Salvador Carrió Rovira, “El Zurdo”– y su marido José Estela Oliver,

En su andadura como maestra de Sagra, Dª Amelia, junto a su compañero el maestro D. Onofre y el entonces alcalde Vicente Cuesta Carrió, “El Cañero” fueron los artífices de que se plantaran los árboles en el recinto de la plaza de La Font. Pues aprovechando la notable ubicación que demostraban los terrenos contiguos a la Font de Sagra, –actual Plaça de la Font–, y de acuerdo con el consejo escolar, las autoridades eclesiásticas y civiles del pueblo, acordaron plantar unos árboles en dicha parcela en los primeros años de la Republica.

Para llevar a buen fin lo acordado, convinieron, que los alumnos/as de la escuela lo realizaran, para ello, estimularon a los niños/as de la escuela de Sagra a plantar los mencionados árboles para un mayor disfrute y regocijo del mencionado recinto. Pero como la escuela contaba con un mayor número de niños y niñas que árboles a plantar, se crearon varios grupos para que todos pudieran participar en dicho evento, comprometiéndose los niños/as al riego y cuidado de los mismos en los ratos de recreo escolar, así como en días festivos o de asueto.

D. Paco, sobre el año 1937 (Foto gentileza de Isabel Mut Peris)

Dª Amelia, sobre 1942 (Foto gentileza de María Miralles “Cándida”)

Después de la guerra civil, la escuela fue más que en ningún otro momento un aparato ideológico al servicio del Estado y de la Iglesia. Para la Iglesia era fundamental controlar la primaria, no porque albergase preocupaciones por el lamentable estado instructivo de la infancia, sino porque consideraban que a esas edades la predisposición psicológica de los tiernos infantes era idónea para que socializasen con garantías de perdurabilidad al menos parte de su caterva de hábitos morales y contenidos doctrinales. Para el Estado se convirtió en un poderoso instrumento utilizado para formar a los niños y a los jóvenes en los principios que convenían al régimen.

El maestro/a basaba su trabajo en la autoridad personal. La disciplina y respeto eran los principios que regían dentro del aula y, el maestro/a era la persona encargada de hacerlos cumplir. Los alumnos/as les expresaban respeto y jamás cuestionaban sus decisiones, aunque si existían discrepancias como es de suponer. De la época era costumbre expresar:

La letra con sangre entra

Esta proverbial frase denota que es necesario el trabajo y el estudio para aprender algo o para avanzar en algo. Aunque a veces esta expresión se asocia únicamente al castigo corporal como estímulo para aprender. Y puesto que la función del maestro/a se basaba en el principio de autoridad, los castigos en la escuela estaban al orden del día y, según quien los aplicara podían ser en verdad crueles y humillantes para el alumno. Cualquier falta o incumplimiento de la norma por leve que fuera era merecedora de una reprimenda o una penalización. Los castigos más habituales eran colocar al alumno en un rincón de cara a la pared con pesadas pilas de libros en las manos, palmetazos, coscorrones y algún que otro bofetón como la archifamosa “colleja”. También era costumbre hacer que el alumno/a copiara muchas veces una frase relacionada con la falta cometida como la de “No hablaré en clase”.

Dª Paca (Foto gentileza de Antonia Lloret Roselló)

En pueblos del medio rural no se vivía como se vive en la actualidad, había mucha pobreza y no se consideraba primordial tener unos buenos estudios –con saber leer y escribir era suficiente–. En la mayoría de familias solían ser muchos hermanos y tenían que trabajar para poder comer, por lo que había poco tiempo para estudiar. Por lo que algunos padres se conformaban con que supieran leer, escribir y defenderse con los números. Además, muchos padres tampoco se lo podían permitir. La incorporación de los jóvenes al trabajo de forma ocasional o permanente a muy temprana edad abandonando la escuela antes de la edad legal, conllevaba tener un bajo nivel de estudios.

A todo ello, las aulas y el mobiliario escolar no gozaron de un diseño adecuado hasta finales del siglo XIX. Eran frías y destartaladas, no había calefacción y se pasaba mucho frío en invierno. En las aulas había mesas o pupitres de madera de diversos tipos fabricados por los carpinteros del lugar bajo sus propios criterios. Generalmente, los pupitres eran con asientos abatibles para uno o dos alumnos/as, unos agujeros para poner los tinteros, unas ranuras para colocar los lápices y las plumas. Había un pequeño encerado donde se ubicaba la mesa y el sillón del maestro/a, en la pared estaba una pizarra, –un puntero de madera que tenía más de una función–, el Mapa de España, el cuadro de Franco, el de José Antonio Primo de Rivera y un Crucifijo.

D. Carmelo Sendra Llopis, curso 1953/54 (Foto gentileza de Bartolomé Ballester Moll)

Dª Angelita, sobre el año 1956 (Foto de gentileza de Rosa Cuesta Ballester)

El material didáctico era escaso, se limitaba a un pequeño libro para todas las asignaturas que frecuentaba ser en blanco y negro, un mapa geográfico, ábacos y un globo terráqueo. Los útiles de escritura solían ser los lápices, plumas de punta de un metal dorado que teníamos que estar metiendo en un tintero para coger la tinta y pizarrines; estos últimos para anotar en pequeñas pizarras individuales. Los lápices, libretas, sacapuntas, gomas de borrar y otros utensilios eran escasos.

El libro de texto más usual a medianos del pasado siglo XX, fue la Enciclopedia Álvarez de primer, segundo, tercer grado e iniciación profesional que pasaba de un hermano a otro. Contenía las materias de religión, lengua española, aritmética, geometría, geografía, historia ciencias de la naturaleza, economía doméstica, formación familiar, social e higiene. La Enciclopedia también era aprovechaba para la introducción de valores políticos y patrióticos como el de "Ser español". Con verdadera nostalgia recuerdo los distintos grados de ella. Esta enciclopedia fue el libro de texto de más de ocho millones de niños/as de 1954 a 1966.

El horario escolar constaba de cinco horas repartidas de 9 a 12 por la mañana y de 15 a 17 por la tarde. Los afortunados/as que tuvimos la oportunidad de ir a la escuela –muchos no tuvieron estudios–, al levantarnos cada mañana desayunábamos –el que desayunaba– y nos íbamos a la escuela. A mediodía algunos teníamos que ir a por agua a la fuente, comíamos y a las tres de la tarde volvíamos a la clase.

Los que tenían que tomar la primera comunión después de merendar asistían a catequesis. Al concluir la jornada escolar, los niños y niñas solían jugar en la calle, aunque también tenían que ayudar a sus padres en las tareas cotidianas de la casa y las del campo si las había y eran requeridos, y si después había tiempo, nos íbamos a jugar a la calle con una sola condición, volver a casa antes del anochecer. Las diversiones eran escasas, pero se disfrutaban mucho en las fiestas patronales del pueblo, carnaval y pocos eventos más.

Las niñas tenían que estar junto a sus madres para aprender a ser buenas amas de casa, confeccionar el ajuar para el matrimonio, etc. y una de las escasas posibilidades que tenían las jóvenes para salir de casa, era ir al lavadero para lavar la ropa y conversar con las compañeras. Las niñas jugaban a la comba, a la pita, a las tabas, al escondite, a las comidas y con las muñecas que solían vestirlas con recortes de papel. Los niños jugábamos a las canicas, a la peonza, al escondite, a las chapas, hacíamos espadas de madera y pelotas con trapos enrollados y atados, etc. Los golpes y arañazos se solucionaban sobre la marcha. Por la noche cenábamos y leíamos un cuento antes de irnos a la cama.

A pesar de todo, el panorama de la escuela española en el pasado siglo XX era un tanto desolador, se decía “Cada maestrillo tiene su librillo” y era cierto, ser maestro/a era una vocación. Para sus discípulos era la guía y el modelo a seguir, le temían, aunque también solían venerarle.

Con innegable nostalgia por los años transcurridos, se recuerda la época en la que gracias a la Ayuda Social Americana se daba leche en polvo a los alumnos en la escuela. Cáritas Española fue la encargada de distribuirla, comenzó a repartirse en 1953/54, y prosiguió hasta de década de los 60 cuando España empezaba a salir de la miseria. A partir de ello, el pueblo llano, humilde y pobre de España pudo percibir de modo más real la leche en polvo, la mantequilla y el queso, productos vedados durante muchos años entre los sectores sociales más necesitados.

Si bien España quedó totalmente al margen del Plan Marshall con el que los Estados Unidos de Norteamérica colaboró en la reconstrucción de una Europa destrozada por la Segunda Guerra Mundial, la ayuda americana llegó también a nuestro país vestida de tratados de alianzas básicamente militares y de defensa que se firmaron. Con la amarga diferencia de que, mientras para Europa la ayuda tenía mucho de altruista y era casi gratuita, España tuvo que pagarla muy cara a cambio de ceder terrenos para bases militares y otras concesiones.

En nuestra tierna y juvenil ignorancia, no lográbamos concebir que un polvo al diluirlo en agua se transformase en líquido y tomara la blancura de la leche, con un espesor y un sabor algo aproximado a la que salía del ordeñe de las vacas, ovejas o cabras. Aquella leche era una rareza para muchos y un descubrimiento para casi todos, al principio la tomábamos con cierta desconfianza. Frecuentaban prepararla en calderos y nos la ofrecían templada a la hora del recreo, tenía un sabor un poco raro que no gustaba a todos, no era obligatorio bebérsela, pero como éramos críos nos hacía gracia, además no estaban los tiempos para ir despreciando cosas y alimentos. Solíamos llevar de casa una bolsita en la que nuestras madres nos colocaban un vaso, una papelina con un poco de azúcar, una especie de chocolate en polvo parecido al Cacao para mezclarlo con la leche y una cucharilla para agitarlo.

Algunos días y durante un espacio de tiempo, también solían darnos una especie de mantequilla, así como queso de bola que tenía la corteza de color rojo y venía en enormes latas cilíndricas de metal dorado. Cuando había, el maestro o la maestra nos repartía el queso por las mañanas. También se recuerda que era muy bueno, o al menos a mí me lo parecía, tenía una textura parecida a los actuales quesitos en porciones. Los más afortunados lo poníamos dentro del bocadillo que llevábamos de casa.

Desde las épocas descritas de nuestros padres y abuelos hasta la actualidad, la escuela ha cambiado mucho. Ahora, los centros de enseñanza están bien equipados: hay calefacción, instalaciones deportivas, laboratorios, distintas aulas que dependen tanto de la asignatura como del nivel académico del alumnado. Además, hay más profesores y están mejor preparados y cuentan con el apoyo de otros profesionales.  España se encontraba en posguerra, sumida en la miseria y el 90 % de la población era analfabeta. La educación ocupaba uno de los últimos lugares y las pocas escuelas que existían eran unitarias, donde un solo maestro/a daba clase a numerosos niños o niñas sin tener en cuenta el sexo y la edad.

(Foto gentileza de Amparo Catalá Cuesta)

En Sagra, hasta la construcción del Actual Colegio Público de Educación Infantil y Primaria Joanot Martorell, las niñas y niños de Sagra asistían a la escuela en aulas y/o en edificios casi siempre separados de los locales municipales ubicados en las Calles Abdón y Senen y San Antonio, nº 25 –locales donde antiguamente se ubicaban el antiguo Ayuntamiento y el local donde antiguamente se ubicaba la antigua Farmacia–.


En diciembre de 1957, la corporación municipal del Ayuntamiento de Sagra acordó construir dos escuelas y dos viviendas para maestros subvencionadas por el Estado con 75.000.- pesetas por escuela y 50.000.- pesetas por vivienda. Acto que se acordará definitivamente en julio de 1959. El proyecto y demás documentos para su construcción le fueron asignados al arquitecto D. Antonio Serrano Peral.

Las mencionadas escuelas se construyeron en los terrenos de Vicente Cuesta Carrió “el Cañero” de 300 m2 adquirido por un importe de 13.000 pesetas y de María Estela Mut, también de 300 m2 adquirido por un importe de 12.000 pesetas, colindantes y situados en la calle Queipo de Llano, (actual Avda. Pego) confluencia con el Calvario.

Describen, que el importe total de la ejecución del proyecto de las Escuelas ascendió a unas 230.000.- pesetas. Posteriormente en 1970 se pavimentó el patio de las escuelas con hormigón, y en agosto de 1985 se propuso designarlas con el nombre de Joanot Martorell.

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Extracto sobre la escuela descrito en "Historia y Costumbres de Sagra", págs. 74-88


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